lunes, 16 de febrero de 2009
Walt Whitman
Nacido en Long Island, Whitman trabajó como periodista, profesor, empleado de gobierno y enfermero voluntario durante la Guerra civil estadounidense. Su obra maestra, Hojas de hierba. El libro fue una tentativa de tender los brazos hacia el ciudadano común con una épica americana. La obra fue siendo revisada y expandida durante el resto de su vida, siendo publicada la edición definitiva en 1892. Luego de un derrame al final de su vida, se movió a Camden, Nueva Jersey, donde su salud declinó. Murió a los 72 años y su funeral se convirtió en un espectáculo público.
El poeta se refirió a temas políticos durante toda su vida. Apoyó la Wilmot Proviso y se opuso a la extensión de la esclavitud, si bien no creyó en el movimiento abolicionista
Su obra más destacada es:
Hojas de hierba (1855) es un libro de poemas del poeta estadounidense Walt Whitman. Entre los textos están "Canto de mí mismo", "Yo canto al cuerpo eléctrico", "De la cuna que se mece eternamente" y, en las posteriores ediciones, la elegía al asesinado presidente Abraham Lincoln. Whitman fue escribiendo durante toda su vida el libro, aumentándolo en sucesivas ediciones.
El Individualismo
Hojas de hierba fue ampliado en las sucesivas ediciones que se publicaron en vida de Whitman. El poeta utiliza una forma distinta a la utilizada en épocas anteriores: la necesidad de cambiar el mundo para el ser humano le lleva a hacer una especie de versículos parecidos a los del Libro Santo (Biblia ). El libro está dividido en varias partes, «Canto a mí mismo» es la más extensa; en ella el poeta expone su postura vital, marcada por un profundo individualismo, y el «yo» poético se erige como figura fundamental de la expresión lírica:
Y se que soy robusto y sano,
hacia mí fluyen perpetuamente los objetos convergentes del universo,
todos han sido escritos para mí y debo descifrar lo que su escritura significa.
Y sé que soy inmortal,
sé que esta órbita mía no puede ser recorrida por un cepillo de carpintero,
sé que no me desvaneceré como la espiral que en la noche traza un niño con un palo encendido.
Sé que soy augusto,
no torturo mi espíritu ni para que se justifique ni para que se haga entender,
veo que las leyes elementales nunca piden disculpas,
después de todo creo no comportarme con más orgullo
que el nivel que me sirve para asentar mi casa.
Existo como soy, eso es bastante,
si nadie en el mundo lo sabe, estoy satisfecho, y si todos y cada uno lo saben, estoy satisfecho.
La Libertad
Para el autor, la libertad está muy vinculada al individualismo, que no hace al ser humano egoísta, todo lo contrario, despierta en los humanos el sentimiento de fraternidad hacia la humanidad que se puede canalizar a través de la democracia.
La hierba es un símbolo dominante en el libro: de la sensualidad (a través del tacto), de la naturaleza o de la visión democrática del poeta, según la cual la multitud se crea con la suma de las individualidades:
Me preguntó un niño: ¿Qué es la hierba?, trayéndomela a puñados;
¿cómo podría yo responderle?… yo no sé lo que es mejor que él.
Sospecho que es la bandera de mi naturaleza,
tejida con esperanzada sustancia verde.
O sospecho que es el pañuelo del Señor,
un regalo perfumado y un recordatorio
dejado caer a propósito,
con el nombre del dueño de alguna forma en las puntas,
para que veamos, reparemos y nos preguntemos
¿de Quién? O sospecho que la hierba es ella misma un niño…
el recién nacido, producto de la vegetación.
O sospecho que es un jeroglífico uniforme,
y que significa brotando por igual en regiones vastas
y en regiones estrechas,
creciendo por igual entre los negros y los blancos,
canadiense, virginiano, congresista y negro, que a todos
me entrego y los acepto por igual.
La naturaleza
Whitman crea un cosmos propio, muy personal, en el que la naturaleza tiene un valor fundamental. No es solo el marco donde el ser humano libre, individualista y fraternal se mueve, sino que forma parte de una realidad armónica, no jerarquizada, en la que todos los elementos son igualmente importantes: la naturaleza muestra el igualitarismo democrático que persigue el poeta. El hombre forma parte de la naturaleza, y al revés:
Creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo
realizado por las estrellas.
Y que la hormiga es igualmente perfecta, y un grano
de arena, y el huevo del chochín,
y que la rana de San Antonio es una obra maestra
entre las más grandes,
y que las zarzamoras podrían adornar los salones del cielo,
y que la articulación menor de mi mano puede
humillar a todas las máquinas, y que la vaca paciendo con la cabeza
baja supera a
cualquier estatua,
y que el ratón es un milagro capaz de confundir
a sextillones de incrédulos.
Siento que en mi ser se dan forma el gneis, el carbón,
el musgo de largos filamentos, las frutas, los granos,
y las raíces comestibles,
y que estoy estucado de cuadrúpedos y de pájaros,
y que he superado las formas inferiores por buenas razones,
y que puedo hacerlas venir dcuando se me antoje.
La Muerte
Todos los temas trascendentales tienen cabida en Hojas de hierba: el amor, Dios, la vida y la muerte. Paradójicamente, aunque este poemario sea una alegre exaltación de la vida, la muerte es un tema recurrente. Y no es vista como algo terrible, o como el cese del vitalismo característico del libro, sino como la consecuencia de la vida, lo que la completa. Incluso la muerte es vista con optimismo por Whitman:
Y en cuanto a ti, muerte, y a ti, amargo abrazo mortal…
es inútil que trates de asustarme.
A su trabajo y sin vacilar acude el partero.
Veo la mano experta que aprieta, recibe, sostiene,
me inclino sobre el umbral de las exquisitas puertas
flexibles… observo la salida y observo el alivio
y la liberación.
Y en cuanto a ti, cadáver, pienso que eres buen abono,
pero eso no me ofende,
huelo las blancas rosas de dulces perfumes que se cultivan,
toco las hojas que fueron labios... toco los pechos
pulidos de los melones.
Y en cuanto a ti, vida, pienso que eres el legado
de muchas muertes,
sin duda yo he muerto diez mil veces antes.
Os oigo murmurar allá arriba, estrellas del cielo,
soles… hierba de las tumbas… perpetua
transferencia y promociones… si vosotros no decís
nada, ¿qué puedo decir yo?
Del turbio estanque que yace en el bosque otoñal,
de la luna que se hunde en los precipicios del susurrante
crepúsculo,
caed, pavesas del día y del crepúsculo… caed sobre los
negros tallos que se pudren en el barro,
caed sobre el quejumbroso lamento de las ramas secas.
Asciendo por encima de la luna… asciendo por encima
de la noche,
y descubro que el resplandor espectral es reflejo de los rayos
solares,
y que desde el vástago grande o pequeño, desemboco en la
corriente permanente y central.
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